La vida, junto con la inteligencia implícita en ella, tardó más de quinientos millones de años en surgir de forma espontánea en nuestro planeta. Cuatro mil millones de años después de ese momento crucial, la forma de vida terrestre más avanzada: El Hombre, ha conseguido abandonar la biosfera, flotar libremente en el vacío interplanetario, hoyar incluso la superficie de nuestro satélite, y regresar sano y salvo a la acogedora superficie de la Madre Tierra. Es más, incluso, en breve, será capaz de dominar y canalizar en su propio beneficio la energía del cosmos y de manipular a su antojo la forma y duración de su propia existencia.
Si, haciendo un ejercicio de imaginación, en vez de años utilizamos metros para representar la edad de la Tierra, comprenderemos más fácilmente el tiempo que ha necesitado la vida para, partiendo de la nada, llegar a realizar esas y otras hazañas.
Así, realizando la transformación de unidades referida, la edad total del Universo (en kilómetros en vez de en milenios) equivaldría a trece millones setecientos mil kilómetros (la novena parte de la distancia total entre la Tierra y el Sol). Y la edad de la Tierra mediría un tercio de esa longitud, es decir cuatro millones quinientos mil kilómetros aproximadamente.