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miércoles, 8 de mayo de 2013

De la ingeniosa contienda entre Góngora y Quevedo



Es conocido por todos que Góngora y Quevedo, nuestros dos excelsos poetas barrocos, se enfrascaron en una contienda de sonetos ingeniosos y ofensivos el uno contra el otro. Quién no recuerda el famoso soneto “Érase un hombre a una nariz pegado”. Tradicionalmente se ha explicado esta disputa como el enfrentamiento entre dos formas de entender la poesía: la dificultad en el uso de los conceptos (producto del ingenio) y la dificultad retórica y estilística (producto de una cultura clásica profunda). Quevedo achacaba la oscuridad gongorina a los excesos léxicos y lo hizo expreso en el soneto Aguja de navegar cultos con la receta para hacer “Soledades” en un día, y es probada. Este soneto es un excelente ejemplo de categorización léxica, ya que Quevedo pretende imitar el estilo gongorino con una selección de palabras distintivas.

Quevedo era defensor del conceptismo, es decir, de la asociación ingeniosa entre palabras e ideas para transmitir el mensaje de forma clara y directa. Mientras que Góngora era culteranista, es decir, expresaba  sus  ideas, pensamientos o sentimientos, utilizando un lenguaje complejo, oscuro e intelectual .

Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos nació en Madrid el 14 de septiembre de 1580 y murió en Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, el 8 de septiembre de1645. Conocido como Francisco de Quevedo, fue un escritor español del Siglo de Oro. Se trata de uno de los autores más destacados de la historia de la literatura española y es especialmente conocido por su obra poética, aunque también escribió obras narrativas y obras dramáticas. Ostentó los títulos de señor de La Torre de Juan Abad y caballero de la Orden de Santiago.


Quevedo mantuvo una agitada vida política. Sus padres desempeñaban altos cargos en la corte, por lo que desde su infancia estuvo en contacto con el ambiente político y cortesano. Estudió en el colegio imperial de los jesuitas, y, posteriormente, en las Universidades de Alcalá de Henares y de Valladolid, ciudad ésta donde adquirió su fama de gran poeta y se hizo famosa su rivalidad con Góngora. Siguiendo a la corte, en 1606 se instaló en Madrid, donde continuó los estudios de teología e inició su relación con el duque de Osuna, a quien dedicó sus traducciones de Anacreonte, autor hasta entonces nunca vertido al español.
En 1613 acompañó al duque a Sicilia como secretario de Estado, y participó como agente secreto en peligrosas intrigas diplomáticas entre las repúblicas italianas. De regreso en España, en 1616 recibió el hábito de caballero de la Orden de Santiago. Acusado, parece que falsamente, de haber participado en la conjuración de Venecia, sufrió una circunstancial caída en desgracia, a la par, y como consecuencia, de la caída del duque de Osuna (1620); detenido fue condenado a la pena de destierro en su posesión de Torre de Juan Abad (Ciudad Real). Sin embargo, pronto recobró la confianza real, con la ascensión al poder del conde-duque de Olivares, quien se convirtió en su protector y le distinguió con el título honorífico de secretario real. Pese a ello, Quevedo volvió a poner en peligro su estatus político al mantener su oposición a la elección de santa Teresa como patrona de España en favor de Santiago Apóstol, a pesar de las recomendaciones del conde-duque de Olivares de que no se manifestara, lo cual le valió, en 1628, un nuevo destierro, esta vez en el convento de San Marcos de León. Pero no tardó en volver a la corte y continuar con su actividad política, con vistas a la cual se casó, en 1634, con Esperanza de Mendoza, una viuda que era del agrado de la esposa de Olivares y de quien se separó poco tiempo después. Problemas de corrupción en el entorno del conde-duque provocaron que éste empezara a desconfiar de Quevedo, y en 1639, bajo oscuras acusaciones, fue encarcelado en el convento de San Marcos, donde permaneció, en una minúscula celda, hasta 1643. Cuando salió en libertad, ya con la salud muy quebrantada, se retiró definitivamente a Torre de Juan Abad.

Luis de Góngora y Argote, nació en Córdoba el 11 de julio de 1561 y murió en la misma ciudad el 23 de mayo de 1627. Fue un poeta y dramaturgo español del Siglo de Oro, máximo exponente de la corriente literaria conocida, más tarde y con simplificación perpetuada a lo largo de siglos, como culteranismo o gongorismo, cuya obra será imitada tanto en su siglo como en los siglos posteriores en Europa y América. Como si se tratara de un clásico latino, sus obras fueron objeto de exégesis ya en su misma época.
Góngora también mantuvo una vida cortesana, mucho menos ajetreada, por otra parte. Nacido en el seno de una familia acomodada, estudió en la Universidad de Salamanca. Nombrado racionero en la catedral de Córdoba, desempeñó varias funciones que le brindaron la posibilidad de viajar por España. Su vida disipada y sus composiciones profanas le valieron pronto una amonestación del obispo (1588). En 1603 se hallaba en la corte, que había sido trasladada a Valladolid, buscando con afán alguna mejora de su situación económica. En esa época escribió algunas de sus más ingeniosas letrillas, trabó una fecunda amistad con Pedro Espinosa y se enfrentó en terrible y célebre enemistad con su gran rival, Francisco de Quevedo.
Instalado definitivamente en la corte a partir de 1617, fue nombrado capellán de Felipe III, lo cual, como revela su correspondencia, no alivió sus dificultades económicas, que lo acosarían hasta la muerte.

En aquel siglo de validos, intereses cortesanos e intrigas, Quevedo y Góngora protagonizaron multitud de episodios en los que ambos se enfrentaron con ingenio y pluma fina, aunque no solo emplearon recursos literarios. La enemistad de los dos poetas les llevo, en algún caso a situaciones extremas, como cuando: Quevedo, con premeditada mala voluntad, llegó a comprar la casa de Góngora en Madrid. 
A la muerte de Felipe III, el poeta cordobés se encontraba en graves dificultades económicas, por la caída de sus rentas y las enormes deudas de juego que había contraído y, en aquel momento además, aquejado de una grave enfermedad que lo obligaba a guardar cama, pero aún así, para más escarnio si cabe, Quevedo compró la vivienda en la que moraba don Luis, que se vio obligado a abandonarla aún hallándose él en tan delicado estado de salud y patente precariedad viviendo en la miseria.

Pero no se quedó ahí la faena que el famoso madrileño le hizo a Góngora, sino que, para más escarnio, la compra de la casa fue comentada por el propio Quevedo con estos versos insultantes:
"...Y págalo Quevedo / porque compró la casa en que vivías, / molde de hacer arpías; / y me ha certificado el pobre cojo / que de tu habitación quedó de modo / la casa y barrio todo, / hediendo a Polifemos estatíos, / coturnos tenebrosos y sombríos, / y con tufo tan vil de Soledades, / que para perfumarla / y desengongorarla / de vapores tan crasos, / quemó como pastillas Garcilasos: / pues era con tu vaho el aposento / sombra del sol y tósigo del viento".
Y, no conforme con todo esto, todavía tuvo tiempo Quevedo de escribirle un epitafio, aunque Góngora aún no había muerto:
"Este, que en negra tumba, rodeado / de luces yace muerto y condenado / vendió el alma y el cuerpo por dinero / y aún muerto es garitero... / La sotana traía / por sota, más que no por clerecía; / hombre en quien la limpieza fue tan poca / (no tocando a su cepa) / que nunca que yo sepa, / se le cayó la mierda de la boca. / Este a la jerigonza quitó el nombre, / pues después que escribió cíclopemente, / la llama jerigóngora la gente... / Fuese con Satanás culto y pelado: / ¡mirad si Satanás es desdichado!"

Los poetas tuvieron también aliados en su particular lucha. Quevedo era protegido por el Conde-Duque, valido de Felipe IV. El rival del Conde-Duque en los favores del rey, el también poeta y cortesano Juan de Tassis, Conde de Villamediana, mantuvo una relación hostil con Quevedo y guardó gran admiración por Góngora.
Parece que el poder y las intrigas se cuelan en estas disputas "formales". Lo que se percibe en estos dos "bandos" son unas filosofías de vida contrapuestas. Góngora y el donjuanesco Conde de Villamediana eran personajes que gustaban de la buena vida, llena de sabores y sensaciones; por contra el Conde-Duque fue un estadista mucho más astuto y despiadado y Quevedo un hombre religioso, recto, rígido y profundamente voraz en sus afirmaciones.



Esto fue lo que se dedicaron para la posteridad. Extensas y refinadas composiciones que se pueden tildar de "pavoneo poético" en el que despliegan sus mejores plumas, nunca mejor dicho.

Sin duda se puede decir la frase de "corrieron ríos de tinta..." ¡Bebamos en ellos!


Primer asalto. Ataca Quevedo.



Este cíclope, no siciliano,
del microcosmo sí, orbe postrero;
esta antípoda faz, cuyo hemisferio
zona divide en término italiano;

este círculo vivo en todo plano;
este que, siendo solamente cero,
le multiplica y parte por entero
todo buen abaquista veneciano;

el minoculo sí, mas ciego vulto;
el resquicio barbado de melenas;
esta cima del vicio y del insulto;

éste, en quien hoy los pedos son sirenas,
éste es el culo, en Góngora y en culto,
que un bujarrón le conociera apenas.



Segundo asalto. Ataca Góngora.



Anacreonte español, no hay quien os tope.
Que no diga con mucha cortesía,
Que ya que vuestros pies son de elegía,
Que vuestras suavidades son de arrope

¿No imitaréis al terenciano Lope,
Que al de Belerofonte cada día.
Sobre zuecos de cómica poesía
Se calza espuelas, y le da un galope?

Con cuidado especial vuestros antojos
Dicen que quieren traducir al griego,
No habiéndolo mirado vuestros ojos.

Prestádselos un rato a mi ojo ciego,
Porque a luz saque ciertos versos flojos,
Y entenderéis cualquier gregüesco luego



Tercer asalto. Ataca Quevedo.



Yo te untaré mis obras con tocino
Porque no me las muerdas, Gongorilla,
Perro de los ingenios de Castilla,
Docto en pullas, cual mozo de camino.

Apenas hombre, sacerdote indino,
Que aprendiste sin christus la cartilla;
Chocarrero de Córdoba y Sevilla,
Y en la Corte, bufón a lo divino.

¿Por qué censuras tú la lengua griega
siendo sólo rabí de la judía,
cosa que tu nariz aun no lo niega?

No escribas versos más, por vida mía;
Aunque aquesto de escribas se te pega,
Por tener de sayón la rebeldía.




Cuarto asalto. Ataca Góngora.


Cierto poeta, en forma peregrina
cuanto devota, se metió a romero,
con quien pudiera bien todo barbero
lavar la más llagada disciplina.

Era su benditísima esclavina,
en cuanto suya, de un hermoso cuero,
su báculo timón del más zorrero
bajel, que desde el Faro de Cecina

a Brindis, sin hacer agua, navega.
Este sin landre claudicante Roque,
de una venera justamente vano,

que en oro engasta, santa insignia, aloque,
a San Trago camina, donde llega:
que tanto anda el cojo como el sano.



Leer online: Historia de la vida del Buscón, llamado don Pablos; ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños.
Nota curiosa: Las dos palabras más distintivas de cada autor son la conjunción <y> (en Quevedo) y la conjunción <o> (en Góngora). Naturalmente, nuestros poetas las emplean, pero significativamente se inclinan más por una que por otra.
Sabemos que la disyunción “o” se suele asociar con la variación en el plano paradigmático, es decir, con la propuesta de sinónimos o palabras de distribución similar en un contexto específico. Esto se asocia con la concepción estilística del culteranismo (Góngora y su seguidores), que intenta dispersar el significado de forma laberíntica, en largos periodos, para provocar extrañeza mediante un desafío cultural e intelectual.
Por el contrario, la conjunción “y” se asocia con la variación en el plano sintagmático, en tanto que sucesión de oraciones y sintagmas (y no tanto de palabras). Esto provoca cierto dinamismo conceptual. Así podemos decir, que para Quevedo, lo esencial es relacionar dos ideas “de una manera rápida y picante” (como diría Menéndez Pidal). Por ello, como recurso estilístico, tanto la elipsis (la supresión de algún elemento oracional) como la conjunción “y” son esenciales en Quevedo. 

martes, 19 de marzo de 2013

Envenenadoras versus catavenenos. Historias del medievo

La dieta en la Edad Media.


Ni que decir tiene que el pueblo llano disponía de ingredientes muy distintos a los de los señores para enriquecer sus platos, lo que hacía que agudizasen el ingenio para crear suculentos manjares con exiguas materias primas. Durante el Renacimiento, los nobles y poderosos disponían de numerosos ingredientes con la posible excepción de la sal, de precio muy elevado en aquella época. Muchos de los cambios y costumbres que surgieron durante este periodo forman parte de los fundamentos de las cocinas nacionales y regionales de la actual Europa. Anteriormente, la sociedad medieval comía dos veces al día: el almuerzo al mediodía y una merienda ligera que era ingerida principalmente con la ayuda de cucharas, manteniendo la otra mano sin ningún cubierto. Aunque en la mesa se empleaba el cuchillo, la mayoría de las veces éste no se incluía con el plato, ya que se esperaba que cada uno de los comensales llevara consigo el suyo.


La práctica medieval en la mesa más habitual era compartir las copas y los recipientes donde se bebía. Esta práctica era muy común en los banquetes y era considerada un privilegio. Además, teniendo en cuenta las serias dudas que existían acerca de la potabilidad del agua y las recomendaciones médicas al respecto, esta costumbre se llevaba a cabo con bebidas alcohólicas, como el vino, pasando a ser el agua una de las bebidas de menor preferencia. Las recetas más abundantes eran las basadas en la carne debido a que dada la distancia que separaba a algunas regiones del mar y las escasas condiciones para la conservación del pescado, se echaba a perder muy pronto. Las únicas excepciones se producían durante la Cuaresma y, principalmente, se trataba de recetas de pescados de río. Curiosamente, el castor era considerado pescado debido a que se pasaba gran parte del día en el agua.

Las especias estaban entre los productos de mayor lujo disponibles en la Edad Media: las más comunes eran la pimienta negra, la canela, el comino, el jengibre y los clavos. La más cara y exclusiva era el azafrán. El azúcar era un producto muy caro en la Edad Media. El edulcorante más común era la miel, aunque también se utilizaban frutas secas y los mostos de uva. Para las clases más favorecidas existía el mazapán y los anillos de naranjas secas.
anillos de naranjas secas

Los alimentos más comunes eran:

Cereales: Centeno, cebada, alforjón, mijo y avena.
Frutas y vegetales: Col, remolacha, cebolla, ajo, zanahoria, limón, naranja, naranja amarga, pomelo, membrillo y uva.
Carnes: Cerdo, pollo, cisne, pavo, codorniz, gallina, perdiz, cigüeña, alondra, cordero y vaca.
Pescado: Arenque, bacalao, moluscos, lucioperca, carpa, dorada, percal lamprea, trucha, ballena y marsopa.
Dulces y postres: Miel, frutas secas, mostos de uva, hojaldres de crema, pasteles de mazapán y pera y galletas.


Las Envenenadoras



Uno de los grandes descubrimientos que realizó el ser humano es que, más allá de su belleza estética y sus propiedades alimenticias y medicinales, las plantas también pueden ser empleadas para asesinar en forma de veneno

Se considera veneno a cualquier sustancia que, al penetrar en el organismo por cualquier vía posible, altera y deteriora su funcionamiento pudiendo llegar a causar la muerte. En un sentido más estricto, podemos decir que un veneno interrumpe la secuencia natural de las cadenas de reacciones químicas que mantienen la vida celular, causando una alteración en el metabolismo del organismo contaminado, y precipitándole a una desastre bioquímico que puede causar la muerte.

Cicuta
Además de la sustancia concreta empleada como tóxico, otro de los factores importantes en un envenenamiento es la dosis. La misma sustancia actuando en un organismo en diferentes concentraciones puede tener efectos muy diferentes. Por ejemplo, la Belladona es una planta que altera el sistema nervioso autónomo, que se encarga de funciones automáticas como la respiración y el ritmo cardiaco. En pequeñas dosis puede eliminar las contracciones intestinales dolorosas o dilatar las pupilas para hacer posible un fondo de ojos. En dosis más elevadas puede detener el corazón y la respiración y causar la muerte.

belladona
Como detalle anecdótico, la planta recibió el nombre de belladona (bella donna, bella mujer) porque en Venecia, durante el Renacimiento, surgió entre las mujeres la moda de emplear extractos de dicha planta dilatar la pupila; tal y como se ha dicho anteriormente. Diversos estudios de Psicología y Marketing han demostrado que las caras de personas con las pupilas dilatadas resultan más agradables y atractivas al espectador.

Las grandes envenenadoras de la Historia son mujeres. Como es bien sabido, el varón utiliza la fuerza bruta y arremete contra la mujer en irracionales ataques de ira o planeadas agresiones físicas. Las mujeres, por el contrario, son mucho más sutiles y se sabe de envenenadoras que han sido detenidas tras un número incierto de asesinatos y se sospecha de muchas otras que han quedado en libertad al no poder demostrarse sus crímenes.

En Roma apareció la primera ley antiveneno, bautizada como Lex Comelia Maestration, porque las autoridades se percataron del gran número de viudas ricas existentes. Locusta era una envenenadora oficial de gran poder en esa época. Hacía venenos a la carta en función del método de administración, el tipo de muerte y la rapidez de ésta. Cabe destacar que numerosos emperadores romanos murieron envenenados, como fue el caso de Augusto.


Los catavenenos

En la Edad media, los castillos acostumbraban a tener uno o varios probadores oficiales de comida, en previsión de un posible envenenamiento hacia el señor feudal. En el siglo XIII, la famosa envenenadora Toffana causó más de seiscientas muertes en Nápoles preparando cosméticos que contenían arsénico y que eran vendidos posteriormente. Se dice que contenía arsénico (u opio, según otras fuentes) y polvo de cantáridas, aunque algunos afirman que era una solución de trióxido de arsénico. El nombre por el que fue conociedo era “Acqua Toffana” o “Acqua di Napoli”. Otro veneno muy utilizado en esta época fue la Acquetta di Perugia, que incluía nuevamente arsénico, pero en esta ocasión mezclado con vísceras de cerdo putrefactas. Este veneno fue muy usado por Lucrecia y César Borgia, denominándolo “Acquetta” o “Cantarella”.

En la corte de Luis XIV, también conocido como el Rey Sol, existieron tres famosas envenenadoras: Catherine Deshayes, la marquesa de Brinvilliers y la marquesa de Montespan. La primera de ellas, más conocida con el nombre de La Voisin, fue acusada de numerosos envenenamientos. Regentó, al igual que Toffana, un lucrativo negocio de venta de venenos, que compraban mujeres deseosas de enviudar. También se vio implicada en un atentado frustrado contra la vida del rey de Francia con un preparado de arsénico y acetato de plomo (este último conocido también como Azúcar de Saturno), que posteriormente se denominó “Polvos De Sucesión”.

También se ha debatido mucho sobre el envenenamiento crónico de Napoleón, no obstante, científicos franceses han publicado recientemente un estudio en el que demuestran que las altas concentraciones de arsénico detectadas en sus cabellos no se deberían a una ingesta de este mortal veneno sino, más probablemente, a la utilización de este elemento químico para el cuidado capilar.




10 Famosos personajes de la Historia víctimas del veneno


martes, 12 de marzo de 2013

El Papa español que excomulgó al cometa Halley


Alonso de Borja y Cavanilles nació en Torreta de Canals, Reino de Valencia, el 31 de diciembre de 1378, en el seno de la noble familia de los Borja. Hijo de Domingo de Borja y de Francina Llançol, quienes, provenientes de villa zaragozana de Borja, se habían instalado en el reino de Valencia tras participar en su conquista junto a Jaime I

Tras estudiar leyes en Zaragoza, fue profesor de derecho en la universidad de Lérida, donde llamó la atención del antipapa Benedicto XIII (considerado como el 'anti papa' por haber sido elegido papa en Aviñón (Francia) durante el Cisma que dividió a la Iglesia a finales del siglo XIV), que lo atrajo a su causa en el enfrentamiento que el Cisma de Occidente había provocado en la Iglesia.

Alonso, un brillante negociador, convenció al antipapa, residente en Peñíscola,  para que se sometiera de nuevo al Vaticano, consiguiendo así la re-unificación de la curia, y fue recompensado por ello con su nombramiento como obispo de Valencia.

El 2 de mayo de 1444 fue nombrado cardenal por el papa Eugénio IV y comenzó con una práctica que definiría su pontificado: el nepotismo.

El 9 de abril de 1455,  fue elegido Papa, asumiendo el nombre de Calixto III, convirtiéndose así en el segundo español que fue elegido mandamás de la Iglesia Católica en Roma. (El primero fue el gallego Damaso I, que accedió a la silla de Pedro tras la muerte del papa Liberio en octubre del año 366, cuando tenía 62 años, y estuvo en ella hasta que en el 384 murió y fue santificado).

El segundo papa español, Alonso de Borja, ó "Borjia" como se les conoció a él y a toda su familia en Italia, tomó trascendentales decisiones, pero la más extravagante y cómica, no sólo de su papado sino incluso de la historia Vaticana, fue la excomunión de un cometa. Calixto III excomulgó al cometa Halley.
El famoso cometa, que sólo se deja ver cada (75-76 años), tuvo la mala suerte de cruzar los cielos durante el papado de Calixto III que, no sólo excomulgo al cometa si no que, además ordenó que el rezo del ángelus, que ya se hacía al amanecer y al anochecer, se hiciera también al mediodía.


Cuando el Papa Borgia llevaba un año de mandato, los astrónomos le advirtieron que había aparecido un cometa grande y terrible, con una cola de llamas ondulantes. Calixto III asoció el cometa a un castigo divino, porque los turcos acababan de apoderarse de Constantinopla, así que no dudó en excomulgarlo, y apremió también a los príncipes cristianos para que se unieran contra los musulmanes. Por último, para apaciguar la ira divina, ordenó a todos los católicos que rezaran el ángelus a mediodía, lo que sin duda debía de ayudar a conseguir que el maligno cometa cayera sobre Constantinopla acabando así con los enemigos turcos.


Veinticuatro años después de la muerte de Calixto III se sentó en la silla de Pedro en el Vaticano otro valenciano, Alejandro VI, sobrino de Calixto III y que fue papa del año 1492 al 1503, año en el que falleció en Roma. 
Rodrigo de Borja (o Borgia), que así se llamaba, nació en Xátiva (Valencia) el 1 de enero de 1432 y llegó a ser papa "comprando las voluntades de los cardenales con sus inmensos bienes".
Se dice que "su pontificado estuvo muy marcado por intrigas políticas y escándalos de su persona", aunque también se dice que aunque no fue un papa virtuoso, tampoco fue el ser demoniaco en el que lo han querido convertir creando una leyenda negra exagerada que ha dado origen a películas, óperas o piezas musicales de teatro.
Por otra parte hay que destacar que el Papa Borgia llevó a cabo un importante mecenazgo artístico en Roma y alrededores, no solo en las artes plásticas sino también en la construcción de fortificaciones, una de las cuales fue construida por su hijo Cesar Borgia con diseños de Leonardo Da Vinci.

El cuarto papa de origen español fue Pedro Martínez de Luna, que nació en Illueca (Zaragoza) en el año 1328 y asumió el nombre papal de Benedicto XIII. Comenzó su papado en el año 1394, hasta su muerte en Peñíscola (Castellón) el año 1423, a los 96 años. 
Pertenecía a uno de los linajes más rancios de la nobleza aragonesa. Comenzó la carrera militar y estudió derecho canónico en Montpellier, alcanzando el grado académico de doctor. En 1375 es nombrado cardenal diácono, y viaja con el papa Gregorio XI desde Avignon a Roma.
Fue conocido como el 'papa Luna', llevó una vida íntegra y fue un magnífico jurista. Al parecer hay constancia de que intentaron asesinarlo durante su mandato.

viernes, 1 de marzo de 2013

El Dólar


En 1535, Carlos I de España y V de Alemania, ordena que en las minas de plata recién descubiertas en el territorio americano, en lo que hoy es México, se empiece a acuñar una moneda, similar a la que ya se utilizaba en Europa con el nombre de thaler; abreviatura de Joachimsthaler, nombre con el que se conoce la ciudad de Joachimsthal (Valle de Joaquín), al norte de Bohemia (en checo y eslovaco: Čechy; en alemán: Böhmen; en polaco:Czechy), una de las tres regiones históricas que componen la República Checa, antes parte de Checoslovaquia, en el cual se encontraban las minas de plata que proveían el metal para acuñar los Táleros (del alemán thaler o taler es decir: vallense, del valle), según la ortografía empleada desde 1901) una antigua moneda de plata de Alemania


El Real de a Ocho, se inspira en el Thaler alemán, rebautizado, según las circunstancias políticas del momento con otros nombres, además de Real de a Ocho, el de Peso fuerte, Peso duro, Duro, Ducatón para Italia o Dealder para los Países Bajos, universalizando así el sistema español, sin perder por esto su vinculación a la Monarquía Española, que mantiene, además, sus emisiones tradicionales de vellón. 


Los españoles residentes en México cumplieron la orden del Rey Carlos y acuñaron los thaler americanos. Sin embargo, al no estar familiarizados con la letra “th” sino con su correspondiente sonido “d”, sustituyeron las dos letras y bautizaron la nueva moneda con el nombre de ‘daler’. Además, la iniciativa de los acuñadores fue más allá y, recordando su travesía y su origen, tallaron, en los ‘daler’, las dos columnas de Hércules reluciendo contra un horizonte formado por las costas del viejo y el nuevo mundo. Esta efigie estilizada origina la figura de una ‘S’ cruzada por dos barras verticales, la que eventualmente llega a ser el símbolo del ‘daler’, y de la riqueza. 


La necesidad de contar con una nueva moneda, es percibida por Alexander Hamilton, Secretario del Tesoro en el gobierno de George Washington, quien propone y logra que Estados Unidos adopte como moneda propia al daler mexicano, que pronto comienza a ser denominado ‘dollar’ bajo la fonética de la lengua inglesa. 


El dólar de plata sobrevivió hasta comienzos de Siglo XX. El 1 de marzo de 1900, el presidente William MacKinley, que había declarado la guerra a España, oficialmente decretó que a partir de ese día el valor del dólar dejaba de ser cotizado en plata y comenzaba a ser cotizado en oro. Ese antecedente sirve para que, poco antes de finalizar la Segunda Guerra Mundial, los países vencedores que se habían reunido en el hotel "Mount Washington", ubicado en un centro vacacional denominado Bretton Woods, decidan, entre otros asuntos, que las futuras transacciones que realicen entre sí los países del mundo occidental, debían efectuarse en dólares y que, a su vez, los Estados Unidos se comprometían a entregar una onza de oro por cada 35 dólares, cuando cualquier país así lo requiriese. 

Es decir, internacionalmente se aceptaba el compromiso de hacer funcionar al patrón-oro en todo su esplendor. La aceptación del dólar como moneda universal se basaba, desde luego, en el reconocimiento de una innegable realidad: la existencia de un país lo suficientemente rico como para que todos crean que esos papeles de color verde –frase de Milton Friedman- en efecto podrían ser cambiados por oro. 


Pero como los acuerdos internacionales solo son inviolables hasta que alguien con poder suficiente decide violarlos, el 15 de agosto de 1971, el presidente Nixon anunció que su gobierno había adoptado la medida monetaria más revolucionaria del Siglo XX. La ‘revolución’ consistió en anular el compromiso de pagar con oro el valor del dólar. Así se puso en práctica la receta de algún legendario alquimista, solo que en dirección inversa: el patrón-oro se transformó en patrón-papel. 


Los hechos que sucedieron después son bastante conocidos: la emisión de dólares sin respaldo deterioró su cotización frente a otras monedas del Primer Mundo; la inflación mundial, un suceso desconocido hasta ese entonces, amenazó con aprisionar a todo el mundo occidental; se facilitó el financiar e inflar la deuda del tercer mundo; y, la disciplina monetaria quedó sujeta a la voluntad de los gobiernos de turno. Lo paradójico de esta breve historia es que Europa, que ordenó dar vida al dólar, ya dejó de utilizarlo. Mientras que en América Latina -que lo único que hizo fue bautizarlo- la metamorfosis que transformó al dólar de plata en dólar de oro y en dólar de papel, continúa en el dólar de tinta con la que se contabiliza nuestra creciente deuda externa

viernes, 22 de febrero de 2013

De las rencillas entre Cervantes y Lope de Vega...


D. Miguel de Cervantes Saavedra 1547-1616                                    D. Félix Lope de Vega y Carpio 1562-1635



Los dos mayores genios literarios del Siglo de Oro español, fueron amigos desde su juventud (aunque Cervantes fuera quince años mayor que Lope), amistad que duró muchos años, desde 1586, y durante la cual los dos literatos se profesaron admiración y respeto, prodigándose en públicos y notorios elogios mutuos, tanto de palabra como de pluma, tinta y papel. 
Se conocieron en casa del cómico Jerónimo Velázquez, calle de Lavapiés en Madrid, que Lope, un mujeriego empedernido, frecuentaba asiduamente, como enamorado de la hija de éste, Elena Osorio, y donde Cervantes acudía con la secreta esperanza de que Velázquez le pusiera en escena alguna comedia. Se conocieron y estimaron.


Ya en la Galatea (libro VI, Canto de Calíope) Cervantes saludaba su joven talento y Lope, a su vez, alaba a Cervantes en su Arcadia. Pero la publicación de El peregrino en su patria (1604) provocó la indignación de Cervantes. ¡Y había por qué! 
La portada de este libro llevaba un grabado historiado con el escudo de las diecinueve torres, de Bernardo del Carpió, con una estatua de la Envidia, y una leyenda en latín: 

"Quieras o no quieras, Envidia, Lope es o único o muy raro"

 Había también un retrato del jactancioso Lope y un soneto de Quevedo: 

La envidia su verdugo y su tormento
hace del nombre que cantando cobras,
y con tu gloria su martirio crece...

Cervantes conocía la ambición de Lope, su sed de gloria, pero tanta presunción y arrogancia no la pudo sufrir. Y le dirigió este soneto:

Hermano Lope, bórrame el soné-
de versos de Ariosto y Garcila-,
y la Biblia no tomes en la ma-,
pues nunca de la Biblia dices le-.
También me borrarás La Dragóme-
y un librillo que llaman del Arca-
con todo el Comediaje y Epita-,
y, por ser mora, quemarás la Angé-,
Sabe Dios mi intención con San Isi-;
mas quiéralo dejar por lo devo-.
Bórrame en su lugar El peregri-.
Y en cuatro leguas no me digas co-;
que supuesto que escribes boberi-,
las vendrán a entender cuatro nació-.
Ni acabes de escribir La Jerusa-;
bástale a la cuitada su traba-.

En el susodicho soneto, como se ve, Cervantes atacaba muy violentamente toda la obra no dramática de Lope. Éste quedó atónito. ¡ No podía creer a sus ojos!. Pero Lope que no temía a Cervantes, porque se sentía superior a él, muy vejado, se ofusca completamente, y le envía, desde Toledo, una carta donde se ve que el Fénix ha perdido todo control interior:

Yo que no sé de los, de li ni le-
ni sé si eres, Cervantes, co ni cu-;
sólo digo que es Lope Apolo, y tú
frisón de su carroza y puerco en pie.
Para que no escribieses, orden fue
del Cielo que mancases en Corfú;
hablaste, buey, pero dijiste mu.
¡Oh, mala quijotada que te dé!
¡Honra a Lope, potrilla, o guay de ti!,
que es sol, y si se enoja, lloverá;
y ese tu Don Quijote baladi
de culo en culo por el mundo va
vendiendo especias y azafrán romí,
y, al fin, en muladares parará.

La enemistad ya venía de antes cuando, previa a su aparición impresa en 1604, el Quijote se conoció en los medios de la Corte. Lope debió de tener conocimiento de ella, e hizo que estallara su odio contra Cervantes. 

En una carta (fechada el 14 de agosto de 1604) a un médico, amigo suyo, escribe: 

"De poetas, muchos están en ciernes para el año que viene; pero ninguno hay tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a Don Quijote". ¡Injusta e implacable apreciación ! Y no nos extrañamos entonces cuando leemos el soneto de Cervantes.

Lope, en La hermosura de Angélica (1602) hizo estampar su escudo de armas con 19 torres. "Llama Cervantes indiscretos a estos jeroglíficos del escudo que ostentaba Lope porque, al par que los lucía orgullosamente, estaba casado con doña Juana de Guardo, hija de Antonio de Guardo, un carnicero rico que solía tener a su cargo el abasto de las carnicerías y tablas francas de la Corte, por lo cual la presunción del blasonado yerno dio lugar a que Góngora jugara de los vocablos torres y torreznos en aquel tan lindo como desenfadado soneto:

Por tu vida, Lopillo, que me borres
las diez y nueve torres de tu escudo;
pues aunque tienes mucho viento, dudo
que tengas viento para tantas torres.
Por tu vida, Lopillo, que me borres
las diez y nueve torres del escudo,
porque, aunque todas son de viento, dudo
que tengas viento para tantas torres.
¡Válgante los de Arcadia! ¿No te corres
armar de un pavés noble a un pastor rudo?
¡Oh tronco de Micol, Nabal barbudo!
¡Oh brazos Leganeses y Vinorres!
No le dejéis en el blasón almena.
Vuelva a su oficio, y al rocín alado
en el teatro sáquele los reznos.
No fabrique más torres sobre arena,
si no es que ya, segunda vez casado,
nos quiere hacer torres los torreznos.

Lope, había ofendido también al joven poeta Luis de Góngora con multitud de sonetos, como éste que ahora os trascribo:


¿Qué captas, noturnal, en tus canciones,
Góngora bobo, con  crepusculallas,
si cuando anhelas más garcibolallas
las reptilizas más y subterpones?
Microcosmote Dios de inquiridiones,
y quieres te investiguen por medallas
como priscos, estigmas o antiguallas,
por desitinerar vates tirones.
Tu forasteridad es tan eximia,
que te ha de detractar el que te rumia,
pues ructas  viscerable cacoquimia,
farmacofolorando como numia,
si estomacabundancia das tan nimia,



Y Cervantes salió en defensa de Don Luis con un soneto que molestó, no poco, a Lope. En represalia, éste escribió otro que hirió profundamente a Cervantes. Y como el Quijote estaba listo para imprimirse, el genial Manco de Lepanto decidió contestar al Fenix de los ingenios con unos versos de cabo roto que invito al lector a leer y completar, seguro de que, con ellos, habrá de pasar un buen rato.

Pero, para entender su fondo, es preciso antes dar algunas pistas.

Urganda la desconocida, personaje de los libros de caballerías y mujer tenida por muy sabia. Era natural de Dinamarca y estaba enamorada de Amadis de Gaula, el mejor caballero del mundo, según ella, y a quien había regalado una lanza invencible.
Urganda tenía la virtud de transformarse en otros seres y, cuando lo hacía, se desconocía a sí misma. Y éste será el recurso que utilizará Cervantes para decirle a Lope las verdades del barquero en unas décimas truncas, firmadas por la propia Urganda:

Estos son algunos de esos versos truncos de cabo roto (versos incompletos o truncos, a los que le falta la última sílaba, la del cabo o final) que Cervantes escribe.

No te metas en dibu-, 
ni en saber vidas aje-,
que en lo que no va ni bie-
pasar de largo es cordu-.

Que suelen en caperu-
darles a los que grace-;
mas tú quémate las ce-
sólo en cobrar buena fa-;
que el que imprime neceda-
dalas a censo perpe-.


Advierte que es desati-,
siendo de vidrio el teja-,
tomar piedras en las ma-
para tirar al veci-.

Deja que el hombre de jui-
en las obras que compo-
se vaya con pies de plo-, 
que el saca a luz pape-
para entretener donce-,
escribe a tontas y a lo-.


Urganda la desconocida.


Lo más seguro es que la reacción de Lope fuera terrible. El genio de Cervantes había dado al Fénix una trapeada que pasaría a la historia en el libro más traducido e impreso de cuantos se hayan escrito, después de la Biblia. Oculto tras "la desconocida", Cervantes le dice a Lope que no se pase de listo, que los hombres de buen juicio no pierden el tiempo escribiendo a tontas y a locas, y que si no quiere perder su fama, deje de imprimir tonterías.














D. Luis de Gógora y Argote 1561-1627


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La anécdota tiene sus bemoles. Y también su moraleja para quienes escriben a tontas y a locas, que son muchos, y tiran piedras al tejado de los demás pensando que los demás van a quedarse quietos. Lo mismo que ayer, el mundo se guía por la opinión, y los juicios de valor pueden casi siempre más que la razón y la lógica. Claro que en los días de Cervantes no había diarios y, por tanto, las respuestas no eran inmediatas ni las polémicas que las opiniones suscitan alcanzaban la temperatura a la que llegan hoy. Pero no es menos verdad que, hoy como ayer, se usa el hígado con más frecuencia que la palabra serena y el ingenio.

Fuente

+ Otras polémicas literarias: Cervantes vs. Lope de Vega

http://www.educa.jcyl.es/educacyl/cm/gallery/Recursos%20Infinity/tematicas/webquijote/obra_libro7a.html


DON BELIANÍS DE GRECIA A DON QUIJOTE DE LA MANCHA
Soneto

Rompí, corté, abollé, y dije y hice
más que en el orbe caballero andante;
fui diestro, fui valiente, fui arrogante;
mil agravios vengué, cien mil deshice.
Hazañas di a la Fama que eternice;
fui comedido y regalado amante;
fue enano para mí todo gigante,
y al duelo en cualquier punto satisfice.
Tuve a mis pies postrada la Fortuna,
y trajo del copete mi cordura
a la calva Ocasión al estricote.
Más, aunque sobre el cuerno de la luna
siempre se vio encumbrada mi ventura,
tus proezas envidio, ¡oh gran Quijote!