El experimento de Young consiste en la formación de figuras de interferencia dejando pasar un haz de luz por dos orificios con una separación fija. Las bandas de interferencia que se forman son típicas de la teoría ondulatoria, pero al introducir la cuantificación de la energía radiante
aparece una diferencia crucial entre la teoría ondulatoria y la interpretación
corpuscular de lo ondulatorio: es posible utilizar una fuente tan débil que sea
muy probable que en cada instante se encuentre un único fotón en el aparato. Si
este se comportase como un corpúsculo, pasaría por uno u otro orificio y la
imagen que obtendríamos en la placa fotográfica de los impactos de los fotones
sería análoga a la que resulta si uno de los orificios se cierra de forma
alternativa. Pero no es así, sino que se forma una figura de interferencia
igual que en el caso de una fuente más intensa. Es inevitable concluir que el
fotón se extiende como una onda, aun siendo indivisible, de modo que pasa
simultáneamente por los dos orificios e interfiere consigo mismo. El fenómeno
es análogo en todo al caso considerado en el experimento mental de Frisch, soló
que allí hablamos de un sistema de detección como en el del experimento de
MIchelson-Morley.
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Se consigue así una figura
de interferencia con átomos de H y He, con moléculas H2, y con átomos de Ne, lo
que supone que la dispersión de la onda reflejada es mayor que el diámetro del
átomo o molécula, el conjunto del cual procede de forma ondulatoria y no
corpuscular. ¿Es compatible esto con la escisión entre lo cuántico y lo
clásico, entre lo micro cósmico y lo macroscópico, presupuesta en la teoría
cuántica?
No solo es compatible, sino que la confirma, manifestando al
mismo tiempo una zona de transición: La reflexión de los átomos demuestra que
se dispersan ondulatoriamente. Mas para que la dispersión funcione, suponemos
que no sucede lo mismo con las masas que ocupan los vértices de la red
cristalina, aunque estén formadas por átomos aún más ligeros que los
reflejados. Los átomos que la forman no son independientes unos de otros como
sí lo son los reflejados; este experimento demuestra que el efecto de la
interferencia entre todas sus ondas-guía (la interacción que mantiene la
estructura cristalina) es la absorción en una onda global de frecuencia
muchísimo más alta: o sea que pasan a un comportamiento corpuscular clásico. No
es necesario que la longitud de onda de la dispersión de las masas con las que
interacciona la onda atómica sea tan baja como la que corresponde a la
totalidad del cristal para que esas masas sean, para el átomo-onda reflejado,
puntos cuasi-fijos regularmente distribuidos, como conviene a la formación de
bandas de interferencia.
Cuando se dispara un átomo contra un cristal para estudiar
su dispersión individual cuántica, es liberado de un recinto en el que estaba
rodeado por otros átomos, y en interacción constante (sólido o líquido) o
intermitente (gas) con ellos, lo cual limitaba la dispersión de su onda.
Experimenta una expansión análoga a la de un gas, y por tanto se enfría. Su
disminución de temperatura es un incremento de coherencia y orden, a expensas
de la pérdida de ordenación que consistía en la división entre espacio lleno y
espació vacío. Es en esa situación cuando el átomo, que imaginábamos
aproximadamente sólido, y que se comportaba con tal dentro de agregados,
adquiere la etereidad cuántica.
Fuente: Indeterminación cuántica e irreversibilidad cuántica. B. Lourenço Fondevila.
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