sábado, 27 de septiembre de 2014

¿Cuál es el objetivo de la vida?


Todo ser vivo, ya sea vegetal o animal, para que pueda ser calificado como tal, ha de poseer la capacidad de gestionar los procesos intrínsecos mediante los cuales mantiene la integridad de su propia sustancia, la materia que conforma su organismo. Siendo capaz, además, de regular su crecimiento y sofisticación, y de llevar a cabo la necesaria regeneración de sus células, o unidades básicas de vida, con la intención de que todo el organismo, o la mayor parte de él, perdure el tiempo suficiente para conseguir procrear y así perpetuar su especie.
Pero ¿a qué se debe la determinación de todas y cada una de las especies de la Tierra por perpetuar su prototipo existencial, procreando copias de sí mismas que perduran en el tiempo? y ¿cuál es el objetivo final de la vida?

La vida es consustancial a la materia. Así, si un puñado de átomos inertes de unos pocos elementos químicos determinados, adoptan al azar una configuración concreta y cuentan además con la energía necesaria para ello, con toda seguridad darán lugar a algunos aminoácidos esenciales, los cuales, tras asociarse entre ellos, formarán proteínas, y éstas, al combinarse y recombinarse mediante ensayo y error, movidas por la esencia de la inteligencia, tras millones de años, llegarán a construir células vivas autónomas. 
Es evidente que la inteligencia fomenta la cooperación, y que la cooperación favorece la vida. Por tanto, la inteligencia es consustancial a la vida. Es decir la Inteligencia, desde el punto de vista meramente biológico, es sinónimo de Vida. 

Una vez creados los organismos unicelulares, estos, alentados por la inteligencia implícita existente en sus moléculas, abogarán por cooperar los unos con los otros para optimizar sus posibilidades de supervivencia. De esas asociaciones, que en unos casos favorecerán y en otros perjudicarán su existencia conjunta, surgirán nuevos organismos, los cuales evolucionarán en otros más complejos y estos en otros más complejos a su vez, etc. 
De esa forma comenzó la selección natural entre los diversos prototipos de seres vivos que surgieron en el planeta cuando apareció la vida. Evolucionaron, se transformaron y desaparecieron o perduraron según su resistencia y su capacidad de adaptabilidad al entorno hostil y cambiante, hasta llegar a nuestros días.
Pero fue la determinación de un grupo de átomos, de oponerse al caos producido por la gran explosión que dio lugar a la entropía del universo y a las consecuentes leyes físicas que rigen en la actualidad en este estado de la energía llamado cosmos, lo que promovió la inteligencia que dio lugar a la aparición de la vida. Por tanto, la vida es la voluntad imperiosa que existe en los átomos esparcidos por el universo de volver a reunirse con vehemencia para conformar de nuevo una única existencia compacta de energía en la que no es posible el desorden, pues nada existirá en ella que sea materia, sino energía pura.

A consecuencia de la llamada fase de inflación, que tuvo lugar durante los primeros instantes inmediatamente después de la gran explosión, las partículas prístinas de materia: Los quarks, los electrones y otras, se fusionaron dando lugar a los primeros átomos. En ese mismo instante se puso de manifiesto la incesante necesidad de la materia, desplazada por la energía, de volverse a reunir en un único cúmulo. 
Las cuatro fuerzas fundamentales de la Naturaleza: La fuerza nuclear débil, la nuclear fuerte, el electromagnetismo y la gravedad, puede que en realidad sean una única fuerza manifestándose en cuatro formas diferentes de interacción que, al fin y al cabo y cada una a su manera, lo único que pretenden es congregar de nuevo a toda la materia que comenzó a dispersarse tras la gran explosión hace ahora trece mil setecientos millones de años y que posteriormente, al parecer, aceleró inesperadamente su velocidad de expansión azuzada por la energía y la materia oscuras. 
El espacio y el tiempo existen solo si existe la materia. Cuando ésta no existe, y es todo energía, el espacio y el tiempo no tienen razón de ser. 

¿Entonces la historia del universo es el ying y el yang?, ¿es la materia oscura contra la materia luminosa (la nuestra)?, ¿es el bien contra el mal?, ¿es la oscuridad que pretende disolver a la materia a lo largo del espacio a través del tiempo, contra la inteligencia, que lucha con ahínco por conseguir exactamente lo contrario?, ¿es la eterna lucha entre dos estados del ser: La energía pura de la inexistencia contra la materia pura detenida al final del espacio y del tiempo?, ¿es la vida contra la muerte?, ¿es el todo y la nada?... 

Lo cierto es que, nosotros, pobres mortales, minúsculos instrumentos de una de las infinitas fases de la inteligencia y de la vida en nuestro Universo, nunca sabremos cuál de las dos tendencias vencerá. O quizás ninguna de las dos facciones sea definitiva nunca y todo consista en un incesante y eterno ser, no ser, y volver a ser.

Quizás esto es lo que, en el fondo, postulan todas las religiones del planeta. Quizás la inteligencia es el instrumento de la luz, que abandera la gran cruzada de la materia que pugna por ser aunada de nuevo en un solo cúmulo existencial, -el todo-, mediante este estado en el que nosotros existimos ahora, llamado vida. 

Yo no soy creyente, pero imagino que otros, a esa necesidad de total aglutinación de la materia que ha de revertir su esencia en una singularidad de energía pura, le llaman Dios. Aunque da igual que nombre le demos al gran misterio, pues para nosotros, los hombres del siglo XXI, el “por qué” de nuestra propia existencia y el objetivo final de la vida que ha sido fraguada por la inteligencia, es, y siempre lo será, absoluta e irremisiblemente incomprensible.

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