miércoles, 9 de enero de 2013

Carnaval


    Carnaval/Carnestolendas/Antruejo.

La palabra carnaval viene de “carnelevarium”, del latín "carnelevare" carne (carne) y levare (quitar), y dio lugar a la palabra italiana "carnevale" (quitar la carne) de donde procede "carnaval". 

Un sinónimo relativamente conocido, aunque sólo existe en forma plural, es "carnestolendas" (carnavales), en la actualidad esta palabra es poco utilizada. Procede también del latín, de "carnis", carne y "tollendus"(de tollĕre), quitar, retirar.

Las voces de la familia de "carnestolendas" se han documentado en España desde tiempos muy antiguos. Así, un primitivo misal mozárabe hablaba de la "Dominicam ante carnes tollendas". En las actas de las cortes castellanas de 1258 se habla de las "carnes tolliendas", y en la crónica de Fernando IV de Castilla se escribe "carnestollendas", que aparecería también así en la obra de Nebrija y de Covarrubias. En el Fuero de Teruel y en viejos documentos navarros se escribe "carnestultas". Otra documentación antigua de la palabra es la de "carnestollentas", mientras que Santa Teresa de Jesús prefirió "carrastollendas".


Otro sinónimo, aunque en relativo desuso, por desconocido, en comparación con la voz "carnaval", es la palabra "antruejo" o "entruejo", la etimología que se ha propuesto habitualmente, aunque nunca de forma contundente, es la que deriva del latín introitus. En un documento leonés de 1229 se documenta la forma "entroydo", mientras que en la Crónica de Alfonso XI se escribe "antruydo". Hoy en día se conservan muchos paralelos de esta voz en numerosos pueblos de España, sobre todo del área noroccidental. Así, en Galicia puede hablarse de "antroido" y de "entroido", en Asturias de "antroxu", en el Bierzo de "entroido", en pueblos zamoranos rayanos con Portugal de "entruidio" y de "entrueju", en Portugal de "entrudo", "entruita", "entruido", etc.


El carnaval es, en los países cristianos, un período marcado por la exaltación de lo festivo, de lo mundano y de lo carnal. Una de sus principales características es que, mientras dura, los miembros de cada comunidad no sólo pueden, sino que deben realizar actos transgresores de las normas sociales que se hallan por lo general prohibidos en otras épocas del año: desde comer carne, alimento que quedará proscrito en el período cuaresmal que seguirá al carnaval, hasta realizar actos de violencia socialmente reglamentados, tener contactos sexuales relativamente libres, criticar abiertamente a las autoridades sociales, políticas, religiosas, etc.
La inversión de valores, tanto físicos como morales y sociales, es, en efecto, una constante del tiempo carnavalesco. Los cambios de actitud, posición y orden de personas, animales y objetos se desarrollan de forma sistemática en esta época. Cuando un hombre se disfraza de mujer y una mujer de hombre, cuando un perro es manteado o un gallo apedreado, y cuando se sacan de las cuadras de los vecinos los aperos de labranza y se cuelgan de un árbol o se arrojan a un río, se está cumpliendo de forma clara el principio de inversión que domina todo el fenómeno carnavalesco. Tal inversión ha sido interpretada por muchos especialistas como una estrategia social que sirve para aliviar los conflictos y tensiones latentes entre los miembros de cada comunidad, especialmente entre quienes ejercen el poder y quienes lo sufren; como una especie de catarsis, en definitiva, que permite la expresión ordenada, reglada y temporal, durante un período concreto y limitado de tiempo, de las pasiones y tensiones reprimidas durante el resto de año, lo que, al fin y al cabo, refuerza la continuidad de la estructura socio-política y cultural de la comunidad.

Durante la Edad Media tuvo bastante auge esta fiesta. El carnevale se refería al hecho de suprimir la carne de la dieta diaria durante la cuaresma cristiana. Por ese motivo, tres días antes de iniciar el largo y penoso periodo de ayuno cuaresmal, los fieles cristianos celebraban una gran fiesta, fomentada y consentida por el clero, en la que se consumía vino y carne en grandes cantidades, para prepararse, de esta forma, para soportar la subsiguiente abstinencia, que debían guardar rigurosamente durante esos cuarenta días y sus cuarenta noches.
En la actualidad la fiesta del carnaval se celebra en los 3 o 4 días anteriores al miércoles de ceniza que da inicio a la Cuaresma cristiana. Estas fiestas preceden a un supuesto tiempo de recogimiento y ayunos.
No obstante, parece ser que los orígenes del carnaval, según algunos historiadores, se pueden remontar hasta el tiempo de los egipcios y sumerios, hace unos 5000 años.
Pero seguramente las celebraciones que más pueden haber influido en el arraigo popular de la fiesta son las celebraciones de los romanos en la época de esplendor del Imperio, cuando en honor del dios Baco, el dios del vino, las gentes estaban durante días en una fiesta que compartían como iguales junto a los esclavos, algo que únicamente sucedía durante esa celebración.
Con la llegada de los europeos a América en el siglo XV, la fiesta del carnaval se introdujo en el nuevo continente.


EL TIEMPO DE CARNAVAL

El hecho de que precede inmediatamente a una fiesta móvil cristiana como es la Cuaresma obliga a que el carnaval se celebre cada año en fechas diferentes, aunque coincidentes por lo general con el mes de febrero.

La duración que se le atribuye es, según los lugares, muy variada e irregular. Así, hay épocas y tradiciones en que se ha considerado "carnavalesco" todo el período que va desde la Navidad a la Cuaresma, ya que las celebraciones de ese ciclo (Año Nuevo, Epifanía, San Antón, San Sebastián, la Candelaria, San Blas, Santa Águeda) suelen tener connotaciones carnavalescas muy claras. En otros lugares, se ha considerado carnavalesco todo el período que va desde cualquiera de estas fiestas hasta la Cuaresma. En pueblos de Extremadura, el carnaval duraba quince días. Según Vicente Risco, en muchos pueblos de Galicia su duración era de dos semanas y media. Algunas de las fechas previas podían llamarse "jueves de compadres" o "jueves de comadres". En otros lugares, sólo se consideraba carnaval desde el jueves anterior ("Jueves gordo" en algunos lugares) o bien desde el sábado o el domingo anteriores hasta el martes ("Martes gordo" o "Martes de carnaval") anterior a la Cuaresma. Y, en algunos lugares, se identificaba únicamente ese martes como carnaval.

La fecha de finalización del carnaval, por el contrario, sí ha sido siempre muy clara: el carnaval concluye en la noche del martes de Carnaval, para dar paso al Miércoles de Ceniza en que se inaugura oficialmente la Cuaresma.


Hay países como Brasil en los que el carnaval es un auténtico hito imprescindible del año, y en los que la preparación de la fiesta y la duración de la misma se alargan durante más de un fin de semana.

Hay lugares donde el carnaval es famoso y atrae a un público interesado en conocer la forma en que se celebra y disfrutar de días con las costumbres de la ciudad hoy en día: El Carnaval de Río, el de Santa Cruz de Tenerife, el de Venecia, o también es muy típico dentro de nuestro país el carnaval de Cádiz, alejado de la pomposidad de otros como los de las islas pero con el encanto de lo sencillo y la imaginación de los participantes. Sin olvidar por supuesto a las Chirigotas que siempre retratan con ironía y mucho humor los temas de actualidad durante el último año, en las letras de sus composiciones.

Se celebra en los distintos lugares de formas similares, pues siempre se presencian desfiles de carrozas, comparsas formadas por grupos de máscaras o bailarines vestidos con un mismo estilo que caracteriza a cada una de ellas así como bailes de disfraces.

HISTORIA DE PROHIBICIONES

Las prohibiciones en tiempo de Carnaval, constituyen quizá, la única información de que se dispone con anterioridad al siglo XVIII; de ellas se pueden obtener noticias de las costumbres propias de esta fiesta.
Durante el reinado de los Reyes Católicos parece cierto que era ya costumbre disfrazarse en determinados días con el fin de gastar bromas en los lugares públicos.
En el año de 1523 Carlos I y doña Juana dictaron en Valladolid, por petición de las Cortes una ley prohibiendo las máscaras y enmascarados, debido a los males que resultaban, que se disimulaban o se encubrían con tales máscaras.




Felipe II, también llevó a cabo una prohibición sobre máscaras, pero no impidió que en cualquier época del año fuese frecuente en la Corte el uso del antifaz.
Felipe IV, restauró en cambio el esplendor de las mascaradas, y no sólo en tiempo de Carnaval.
La permisividad en el reinado de Felipe IV llegó a extremos insospechados. El martes de Carnestolendas de 1638, el rey y toda la corte participaron en una boda fingida en la que el Almirante de Castilla vestía de mujer al igual que un grupo de nobles: el Conde-Duque de Olivares hizo de portero, el rey de ayuda de cámara y la reina de «obrero mayor».

Resulta evidente que la disposición de los monarcas hacia el Carnaval influía decisivamente en la celebración de dicha fiesta, unas veces fomentándola y otras poniéndole trabas.
La instauración de los Borbones en el trono Español supuso un reforzamiento del poder real. El primero de ellos, Felipe V. al igual que su hijo Femando VI, prohibió las expansiones publicas del carnaval con el pretexto de las continuas ofensas que las máscaras dirigían a su persona.



Carlos III derogó las leyes de sus predecesores expidiendo un decreto por el que se autorizaban las diversiones públicas en tiempo de Carnaval; ahora bien, al mismo tiempo ordenó que se redactara un reglamento, con el fin de evitar desórdenes en bailes y otras manifestaciones de carácter popular.

En la segunda mitad del siglo XVIII fueron frecuentes las disposiciones restrictivas de corregidores y alcaldes reales. Las prohibiciones iban destinadas a cualquier tipo de expresión carnavalesca: bailes, máscaras, bromas, etc. Cuando la autoridad mostraba el menor viso de tolerancia, los excesos de algunos obligaba a mantener la prohibición.


Los carnavales en la primera mitad del Siglo XIX no diferían mucho de las celebraciones en décadas precedentes. Como en el siglo anterior, la familia de la buena sociedad, celebraba bailes en su domicilio, a los que asistían una nutrida concurrencia. Posteriormente, este tipo de festejos irá desplazándose a sociedades y locales públicos.

A fines del siglo XVIII y en lo primeros años del XIX, adquirió un gran desarrollo la costumbre de "las tapaderas". Se trataba, por lo general, de damas pertenecientes a la "buena sociedad" que, cubriéndose el rostro con máscaras, se mezclaban con la gente en los festejos populares.
Su campo de actuación eran las horas del paseo en los días de fiesta "en el que había ventorrillos y cajas de turrón". Hay quienes de una manera acertada han sugerido que tales "tapadas" podrían esconder "debajo de un refajo dieciochesco de blondas" algún representante del sexo contrario. Lo que parece evidente, es que "las tapadas" de los siglos XVIII y XIX, son un antecedente directo de aquellas mascaritas de "la sábana y el abanador" que tanto se prodigaron en las primeras décadas del siglo.
Por estos años también se acostumbraba formar grupos de máscaras con un tema determinado en la concepción de sus disfraces. Estas "comparsas" frecuentaban en los días de Carnaval las casas en las que se celebraba algún baile, donde llevaban a cabo alguna representación.
Al no disponer de centros de reunión adecuados, la inmensa mayoría del pueblo celebra estas fiestas en las tabernas, o en las calles. En cualquier plaza o esquina, se reunían grupos de personas para cantar y bailar.

En 1908, los carnavales atraen a multitud de personas, también de otros lugares. Es un hecho evidente que los carnavales constituyen un foco de atracción turística, con todas las ventajas que ello reporta a la población. Con motivo de los carnavales de 1910 se inician los cosos y concursos.

En los Carnavales, tradicionalmente ha predominado la máscara sencilla, la "zarrapastroza". Posteriormente, ya a partir de la década de los veinte comienzan a multiplicarse los disfraces de calidad, que siempre existieron. Al desarrollo de los disfraces de cierta calidad contribuyó enormemente la aparición de los primeros concursos.

Los carnavales de 1936 fueron, los últimos que tuvieron lugar hasta el gran paréntesis de los años cuarenta y cincuenta. La nota distintiva de los mismos fueron los días de zozobra e intranquilidad que los precedieron, quizás como una premonición del grave conflicto que se gestaba.
El dieciocho de julio de 1936 se produce una sublevación militar contra el Gobierno de la República, y con ello estalla la Guerra Civil.
La contienda, aunque lejana, influyó de una manera determinante en la vida.Los perjuicios que trajo consigo el conflicto para las islas fueron comparables a los años 1914-1918. Las comunicaciones marítimas volvieron a sufrir los inconvenientes de la guerra. La agricultura canaria y su economía estuvieron al borde de la ruina, por la paralización del comercio con el exterior.

La única manifestación de tipo carnavalesco que podía llevarse a cabo, pese a la prohibición, era los bailes en las sociedades. Cualquier intento de sacar fuera de estos recintos el espíritu de la fiesta, era inmediatamente cortado por las fuerzas de orden público.
Si bien a comienzos de los cuarenta las medidas restrictivas eran celosamente guardadas, con el transcurso de los años la autoridad fue abriendo la mano, sin llegar a autorizar totalmente la fiesta. Se permitían ciertos actos que se desarrollasen en locales cerrados, y el mejor ejemplo de ellos eran los bailes de las entidades recreativas.

En el tiempo transcurrido desde la Guerra Civil hasta comienzos de los sesenta, se demandaban ya unas fiestas organizadas, y por fin, en 1961 se lleva a cabo la primera edición de las "Fiestas de Invierno" en Santa Cruz de Tenerife.
En la implantación oficial de las "Fiestas de Invierno" concurrieron multitud de factores, en la base de las cuales se encontraba la tradición popular. Sin embargo, y aunque no se han destacado en toda su amplitud, creemos que el aspecto turístico fue la baza principal que introdujeron los defensores de la fiesta.





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