En 1535, Carlos I de España y V de Alemania, ordena que en las minas de plata recién descubiertas en el territorio americano, en lo que hoy es México, se empiece a acuñar una moneda, similar a la que ya se utilizaba en Europa con el nombre de thaler; abreviatura de Joachimsthaler, nombre con el que se conoce la ciudad de Joachimsthal (Valle de Joaquín), al norte de Bohemia (en checo y eslovaco: Čechy; en alemán: Böhmen; en polaco:Czechy), una de las tres regiones históricas que componen la República Checa, antes parte de Checoslovaquia, en el cual se encontraban las minas de plata que proveían el metal para acuñar los Táleros (del alemán thaler o taler es decir: vallense, del valle), según la ortografía empleada desde 1901) una antigua moneda de plata de Alemania.
El Real de a Ocho, se inspira en el Thaler alemán, rebautizado, según las circunstancias políticas del momento con otros nombres, además de Real de a Ocho, el de Peso fuerte, Peso duro, Duro, Ducatón para Italia o Dealder para los Países Bajos, universalizando así el sistema español, sin perder por esto su vinculación a la Monarquía Española, que mantiene, además, sus emisiones tradicionales de vellón.
Los españoles residentes en México cumplieron la orden del Rey Carlos y acuñaron los thaler americanos. Sin embargo, al no estar familiarizados con la letra “th” sino con su correspondiente sonido “d”, sustituyeron las dos letras y bautizaron la nueva moneda con el nombre de ‘daler’. Además, la iniciativa de los acuñadores fue más allá y, recordando su travesía y su origen, tallaron, en los ‘daler’, las dos columnas de Hércules reluciendo contra un horizonte formado por las costas del viejo y el nuevo mundo. Esta efigie estilizada origina la figura de una ‘S’ cruzada por dos barras verticales, la que eventualmente llega a ser el símbolo del ‘daler’, y de la riqueza.
La necesidad de contar con una nueva moneda, es percibida por Alexander Hamilton, Secretario del Tesoro en el gobierno de George Washington, quien propone y logra que Estados Unidos adopte como moneda propia al daler mexicano, que pronto comienza a ser denominado ‘dollar’ bajo la fonética de la lengua inglesa.
El dólar de plata sobrevivió hasta comienzos de Siglo XX. El 1 de marzo de 1900, el presidente William MacKinley, que había declarado la guerra a España, oficialmente decretó que a partir de ese día el valor del dólar dejaba de ser cotizado en plata y comenzaba a ser cotizado en oro. Ese antecedente sirve para que, poco antes de finalizar la Segunda Guerra Mundial, los países vencedores que se habían reunido en el hotel "Mount Washington", ubicado en un centro vacacional denominado Bretton Woods, decidan, entre otros asuntos, que las futuras transacciones que realicen entre sí los países del mundo occidental, debían efectuarse en dólares y que, a su vez, los Estados Unidos se comprometían a entregar una onza de oro por cada 35 dólares, cuando cualquier país así lo requiriese.
Es decir, internacionalmente se aceptaba el compromiso de hacer funcionar al patrón-oro en todo su esplendor. La aceptación del dólar como moneda universal se basaba, desde luego, en el reconocimiento de una innegable realidad: la existencia de un país lo suficientemente rico como para que todos crean que esos papeles de color verde –frase de Milton Friedman- en efecto podrían ser cambiados por oro.
Pero como los acuerdos internacionales solo son inviolables hasta que alguien con poder suficiente decide violarlos, el 15 de agosto de 1971, el presidente Nixon anunció que su gobierno había adoptado la medida monetaria más revolucionaria del Siglo XX. La ‘revolución’ consistió en anular el compromiso de pagar con oro el valor del dólar. Así se puso en práctica la receta de algún legendario alquimista, solo que en dirección inversa: el patrón-oro se transformó en patrón-papel.
Los hechos que sucedieron después son bastante conocidos: la emisión de dólares sin respaldo deterioró su cotización frente a otras monedas del Primer Mundo; la inflación mundial, un suceso desconocido hasta ese entonces, amenazó con aprisionar a todo el mundo occidental; se facilitó el financiar e inflar la deuda del tercer mundo; y, la disciplina monetaria quedó sujeta a la voluntad de los gobiernos de turno. Lo paradójico de esta breve historia es que Europa, que ordenó dar vida al dólar, ya dejó de utilizarlo. Mientras que en América Latina -que lo único que hizo fue bautizarlo- la metamorfosis que transformó al dólar de plata en dólar de oro y en dólar de papel, continúa en el dólar de tinta con la que se contabiliza nuestra creciente deuda externa
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