lunes, 22 de julio de 2013

"¡Que si quieres arroz, Catalina!"

"¡Que si quieres arroz, Catalina!" 

O... "¡That If you want rice, Catherine!" ...  que diría un angloparlante socarrón y cabreado...
  • Expresión proverbial, utilizada cuando se da a entender que alguien no hace caso, o que se desentiende de algo. 
  • Reprensión que se hace a las personas que no atienden a órdenes o consejos. 
Parece ser que tiene su origen en la extraña y compulsiva afición de una tal Catalina, natural de Sahún (provincia de León), que vivía obsesionada por el arroz. 
La mujer, al parecer, sentía veneración por ese cereal al cual atribuía excepcionales propiedades saludables, e incluso curativas. 
La tal Catalina recomendaba a cuantos se cruzaban en su camino (familiares, conocidos o vecinos), que tomaran cada día un puñado de arroz; ya fuera hervido en agua con laurel, guisado en cazuela, seco o caldoso, frito, inflado, horneado en pastas saladas o dulces. Así como en postres, con leche, con miel de abeja o de caña, con vino o licores. Y, a poder ser, en todas las comidas tomar preferiblemente pan fabricado con harina de arroz, en vez de la habitual de trigo molido. 

Según Catalina, el arroz era el alimento más saludable de cuantos se conocen. Insustituible para mantener el vigor y para erradicar la enfermedad, e imprescindible para restituir la salud y la cordura a cualquiera que las hubiese perdido. 

Ella proclamaba con verdadera pasión que, el arroz era el más fantástico elixir, la sustancia más curativa de cuantas existirían jamás siendo a la vez ventajosamente asequible (por abundante y barato), y cuya eficacia estaba más que probada a lo largo de los siglos en el mundo entero.

Pero un día, estando ya en una avanzada edad, Catalina enfermó; de una extraña y fatídica dolencia que le provocaba fiebres altas y vómitos contínuos, y por más esfuerzos que hacía el viejo Jeremías, a la sazón galeno del bonito pueblo leones, a la mujer le abandonaron las fuerzas y las ganas de vivir, viéndose compelida a consumir sus últimos días postrada como un vegetal en su amplia y mullida cama matrimonial.
Su marido, el santo Filomeno 'el de la lucera'; que era como se le conocía en el pueblo, cultivador de arroz por las mañanas, repostero de dulces de arroz y arroces con leche por las tardes-noches en las cocinas de fonda de 'los Valencianos' (prestigiosa y afamada hospedería), y vendedor de paellas por encargo los domingos a medio día, no se despegó del lado de su santa hasta que la criatura exhaló su último aliento; un año después.

Y cuentan, las comadres de por allí, que el bueno de Filomeno, habiendo perdido al cabo, la fe y las esperanzas en las sangrías y las pózimas que suministraba el doctor a su esposa. Convencido ya el hombre de que su amada Catalina no habría de recuperar jamás la salud. Y conociendo el fervor que su mujer sentía por el divino cereal, le decía compungido una y otra vez, casi rogándole: "¿Quieres arroz Catalina?"... anda esposa mía, toma un poco de arroz y seguro que sanarás. Pero Catalina, sin fuerzas ya, por lo avanzado de la enfermedad, no articulaba palabra, y lo miraba a él calla que te calla. Y Filomeno insistía: "¿Quieres arroz Catalina?"... anda esposa mía, toma un poco de arroz y sanarás. Y como la mujer callaba y callaba, las vecinas insistían con él, coreando todas a una: ¡¡¡Que si quieres arroz, Catalina¡¡¡ y así una y otra vez, durante sus últimos días entre los vivos: ¡¡¡Que si quieres arroz, Catalina¡¡¡

Por fin la mujer murió, y a partir de entonces, en aquel pueblo y en casi todos los de España, cuando alguien sigue a lo suyo, (muriéndose por ejemplo, haciendo caso omiso a sugerencias o recomendaciones para sanar), o en cualquier otra situación; aunque sea mas mundana y menos escatológica incluso, ... se suele exclamar: ... nada, que no hay forma...   ¡¡¡Que si quieres arroz Catalina¡¡¡


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