miércoles, 8 de mayo de 2013

De la ingeniosa contienda entre Góngora y Quevedo



Es conocido por todos que Góngora y Quevedo, nuestros dos excelsos poetas barrocos, se enfrascaron en una contienda de sonetos ingeniosos y ofensivos el uno contra el otro. Quién no recuerda el famoso soneto “Érase un hombre a una nariz pegado”. Tradicionalmente se ha explicado esta disputa como el enfrentamiento entre dos formas de entender la poesía: la dificultad en el uso de los conceptos (producto del ingenio) y la dificultad retórica y estilística (producto de una cultura clásica profunda). Quevedo achacaba la oscuridad gongorina a los excesos léxicos y lo hizo expreso en el soneto Aguja de navegar cultos con la receta para hacer “Soledades” en un día, y es probada. Este soneto es un excelente ejemplo de categorización léxica, ya que Quevedo pretende imitar el estilo gongorino con una selección de palabras distintivas.

Quevedo era defensor del conceptismo, es decir, de la asociación ingeniosa entre palabras e ideas para transmitir el mensaje de forma clara y directa. Mientras que Góngora era culteranista, es decir, expresaba  sus  ideas, pensamientos o sentimientos, utilizando un lenguaje complejo, oscuro e intelectual .

Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos nació en Madrid el 14 de septiembre de 1580 y murió en Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, el 8 de septiembre de1645. Conocido como Francisco de Quevedo, fue un escritor español del Siglo de Oro. Se trata de uno de los autores más destacados de la historia de la literatura española y es especialmente conocido por su obra poética, aunque también escribió obras narrativas y obras dramáticas. Ostentó los títulos de señor de La Torre de Juan Abad y caballero de la Orden de Santiago.


Quevedo mantuvo una agitada vida política. Sus padres desempeñaban altos cargos en la corte, por lo que desde su infancia estuvo en contacto con el ambiente político y cortesano. Estudió en el colegio imperial de los jesuitas, y, posteriormente, en las Universidades de Alcalá de Henares y de Valladolid, ciudad ésta donde adquirió su fama de gran poeta y se hizo famosa su rivalidad con Góngora. Siguiendo a la corte, en 1606 se instaló en Madrid, donde continuó los estudios de teología e inició su relación con el duque de Osuna, a quien dedicó sus traducciones de Anacreonte, autor hasta entonces nunca vertido al español.
En 1613 acompañó al duque a Sicilia como secretario de Estado, y participó como agente secreto en peligrosas intrigas diplomáticas entre las repúblicas italianas. De regreso en España, en 1616 recibió el hábito de caballero de la Orden de Santiago. Acusado, parece que falsamente, de haber participado en la conjuración de Venecia, sufrió una circunstancial caída en desgracia, a la par, y como consecuencia, de la caída del duque de Osuna (1620); detenido fue condenado a la pena de destierro en su posesión de Torre de Juan Abad (Ciudad Real). Sin embargo, pronto recobró la confianza real, con la ascensión al poder del conde-duque de Olivares, quien se convirtió en su protector y le distinguió con el título honorífico de secretario real. Pese a ello, Quevedo volvió a poner en peligro su estatus político al mantener su oposición a la elección de santa Teresa como patrona de España en favor de Santiago Apóstol, a pesar de las recomendaciones del conde-duque de Olivares de que no se manifestara, lo cual le valió, en 1628, un nuevo destierro, esta vez en el convento de San Marcos de León. Pero no tardó en volver a la corte y continuar con su actividad política, con vistas a la cual se casó, en 1634, con Esperanza de Mendoza, una viuda que era del agrado de la esposa de Olivares y de quien se separó poco tiempo después. Problemas de corrupción en el entorno del conde-duque provocaron que éste empezara a desconfiar de Quevedo, y en 1639, bajo oscuras acusaciones, fue encarcelado en el convento de San Marcos, donde permaneció, en una minúscula celda, hasta 1643. Cuando salió en libertad, ya con la salud muy quebrantada, se retiró definitivamente a Torre de Juan Abad.

Luis de Góngora y Argote, nació en Córdoba el 11 de julio de 1561 y murió en la misma ciudad el 23 de mayo de 1627. Fue un poeta y dramaturgo español del Siglo de Oro, máximo exponente de la corriente literaria conocida, más tarde y con simplificación perpetuada a lo largo de siglos, como culteranismo o gongorismo, cuya obra será imitada tanto en su siglo como en los siglos posteriores en Europa y América. Como si se tratara de un clásico latino, sus obras fueron objeto de exégesis ya en su misma época.
Góngora también mantuvo una vida cortesana, mucho menos ajetreada, por otra parte. Nacido en el seno de una familia acomodada, estudió en la Universidad de Salamanca. Nombrado racionero en la catedral de Córdoba, desempeñó varias funciones que le brindaron la posibilidad de viajar por España. Su vida disipada y sus composiciones profanas le valieron pronto una amonestación del obispo (1588). En 1603 se hallaba en la corte, que había sido trasladada a Valladolid, buscando con afán alguna mejora de su situación económica. En esa época escribió algunas de sus más ingeniosas letrillas, trabó una fecunda amistad con Pedro Espinosa y se enfrentó en terrible y célebre enemistad con su gran rival, Francisco de Quevedo.
Instalado definitivamente en la corte a partir de 1617, fue nombrado capellán de Felipe III, lo cual, como revela su correspondencia, no alivió sus dificultades económicas, que lo acosarían hasta la muerte.

En aquel siglo de validos, intereses cortesanos e intrigas, Quevedo y Góngora protagonizaron multitud de episodios en los que ambos se enfrentaron con ingenio y pluma fina, aunque no solo emplearon recursos literarios. La enemistad de los dos poetas les llevo, en algún caso a situaciones extremas, como cuando: Quevedo, con premeditada mala voluntad, llegó a comprar la casa de Góngora en Madrid. 
A la muerte de Felipe III, el poeta cordobés se encontraba en graves dificultades económicas, por la caída de sus rentas y las enormes deudas de juego que había contraído y, en aquel momento además, aquejado de una grave enfermedad que lo obligaba a guardar cama, pero aún así, para más escarnio si cabe, Quevedo compró la vivienda en la que moraba don Luis, que se vio obligado a abandonarla aún hallándose él en tan delicado estado de salud y patente precariedad viviendo en la miseria.

Pero no se quedó ahí la faena que el famoso madrileño le hizo a Góngora, sino que, para más escarnio, la compra de la casa fue comentada por el propio Quevedo con estos versos insultantes:
"...Y págalo Quevedo / porque compró la casa en que vivías, / molde de hacer arpías; / y me ha certificado el pobre cojo / que de tu habitación quedó de modo / la casa y barrio todo, / hediendo a Polifemos estatíos, / coturnos tenebrosos y sombríos, / y con tufo tan vil de Soledades, / que para perfumarla / y desengongorarla / de vapores tan crasos, / quemó como pastillas Garcilasos: / pues era con tu vaho el aposento / sombra del sol y tósigo del viento".
Y, no conforme con todo esto, todavía tuvo tiempo Quevedo de escribirle un epitafio, aunque Góngora aún no había muerto:
"Este, que en negra tumba, rodeado / de luces yace muerto y condenado / vendió el alma y el cuerpo por dinero / y aún muerto es garitero... / La sotana traía / por sota, más que no por clerecía; / hombre en quien la limpieza fue tan poca / (no tocando a su cepa) / que nunca que yo sepa, / se le cayó la mierda de la boca. / Este a la jerigonza quitó el nombre, / pues después que escribió cíclopemente, / la llama jerigóngora la gente... / Fuese con Satanás culto y pelado: / ¡mirad si Satanás es desdichado!"

Los poetas tuvieron también aliados en su particular lucha. Quevedo era protegido por el Conde-Duque, valido de Felipe IV. El rival del Conde-Duque en los favores del rey, el también poeta y cortesano Juan de Tassis, Conde de Villamediana, mantuvo una relación hostil con Quevedo y guardó gran admiración por Góngora.
Parece que el poder y las intrigas se cuelan en estas disputas "formales". Lo que se percibe en estos dos "bandos" son unas filosofías de vida contrapuestas. Góngora y el donjuanesco Conde de Villamediana eran personajes que gustaban de la buena vida, llena de sabores y sensaciones; por contra el Conde-Duque fue un estadista mucho más astuto y despiadado y Quevedo un hombre religioso, recto, rígido y profundamente voraz en sus afirmaciones.



Esto fue lo que se dedicaron para la posteridad. Extensas y refinadas composiciones que se pueden tildar de "pavoneo poético" en el que despliegan sus mejores plumas, nunca mejor dicho.

Sin duda se puede decir la frase de "corrieron ríos de tinta..." ¡Bebamos en ellos!


Primer asalto. Ataca Quevedo.



Este cíclope, no siciliano,
del microcosmo sí, orbe postrero;
esta antípoda faz, cuyo hemisferio
zona divide en término italiano;

este círculo vivo en todo plano;
este que, siendo solamente cero,
le multiplica y parte por entero
todo buen abaquista veneciano;

el minoculo sí, mas ciego vulto;
el resquicio barbado de melenas;
esta cima del vicio y del insulto;

éste, en quien hoy los pedos son sirenas,
éste es el culo, en Góngora y en culto,
que un bujarrón le conociera apenas.



Segundo asalto. Ataca Góngora.



Anacreonte español, no hay quien os tope.
Que no diga con mucha cortesía,
Que ya que vuestros pies son de elegía,
Que vuestras suavidades son de arrope

¿No imitaréis al terenciano Lope,
Que al de Belerofonte cada día.
Sobre zuecos de cómica poesía
Se calza espuelas, y le da un galope?

Con cuidado especial vuestros antojos
Dicen que quieren traducir al griego,
No habiéndolo mirado vuestros ojos.

Prestádselos un rato a mi ojo ciego,
Porque a luz saque ciertos versos flojos,
Y entenderéis cualquier gregüesco luego



Tercer asalto. Ataca Quevedo.



Yo te untaré mis obras con tocino
Porque no me las muerdas, Gongorilla,
Perro de los ingenios de Castilla,
Docto en pullas, cual mozo de camino.

Apenas hombre, sacerdote indino,
Que aprendiste sin christus la cartilla;
Chocarrero de Córdoba y Sevilla,
Y en la Corte, bufón a lo divino.

¿Por qué censuras tú la lengua griega
siendo sólo rabí de la judía,
cosa que tu nariz aun no lo niega?

No escribas versos más, por vida mía;
Aunque aquesto de escribas se te pega,
Por tener de sayón la rebeldía.




Cuarto asalto. Ataca Góngora.


Cierto poeta, en forma peregrina
cuanto devota, se metió a romero,
con quien pudiera bien todo barbero
lavar la más llagada disciplina.

Era su benditísima esclavina,
en cuanto suya, de un hermoso cuero,
su báculo timón del más zorrero
bajel, que desde el Faro de Cecina

a Brindis, sin hacer agua, navega.
Este sin landre claudicante Roque,
de una venera justamente vano,

que en oro engasta, santa insignia, aloque,
a San Trago camina, donde llega:
que tanto anda el cojo como el sano.



Leer online: Historia de la vida del Buscón, llamado don Pablos; ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños.
Nota curiosa: Las dos palabras más distintivas de cada autor son la conjunción <y> (en Quevedo) y la conjunción <o> (en Góngora). Naturalmente, nuestros poetas las emplean, pero significativamente se inclinan más por una que por otra.
Sabemos que la disyunción “o” se suele asociar con la variación en el plano paradigmático, es decir, con la propuesta de sinónimos o palabras de distribución similar en un contexto específico. Esto se asocia con la concepción estilística del culteranismo (Góngora y su seguidores), que intenta dispersar el significado de forma laberíntica, en largos periodos, para provocar extrañeza mediante un desafío cultural e intelectual.
Por el contrario, la conjunción “y” se asocia con la variación en el plano sintagmático, en tanto que sucesión de oraciones y sintagmas (y no tanto de palabras). Esto provoca cierto dinamismo conceptual. Así podemos decir, que para Quevedo, lo esencial es relacionar dos ideas “de una manera rápida y picante” (como diría Menéndez Pidal). Por ello, como recurso estilístico, tanto la elipsis (la supresión de algún elemento oracional) como la conjunción “y” son esenciales en Quevedo. 

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