Es habitual, en verano, al circular por rutas asfaltadas, observar un fenómeno conocido como “espejismo”. Puede verse también en algunas playas, cuando el sol es muy intenso y la arena seca está a muy alta temperatura, tanto que nos quema los pies si caminamos descalzos sobre ella.
Este fenómeno se presenta a la vista como si delante de nosotros, a algunas decenas o incluso hasta varios cientos de metros, cuando al mirar la arena o el asfalto caliente, tenemos la sensación de estar viendo agua a lo lejos. Pero lo que vemos en realidad no es más que el reflejo del cielo, que al ser azul claro se parece a un gran charco de agua.
La explicación de este fenómeno, es que las capas de aire caliente (las más próximas al suelo), tienen un índice de refracción menor que las que están más lejos y por eso van curvando la dirección de la luz, hasta que el ángulo supera al límite, produciendo la reflexión total.
Un rayo de luz reflejado por un objeto lejano que va hacia abajo, y en la dirección del observador, va experimentando refracciones sucesivas al atravesar las distintas capas de aire; su inclinación hacia el suelo es cada vez menor y, tras llegar a la horizontal, el rayo sufre nuevas refracciones, aunque esta vez hacia arriba. Así es como, tras haber descrito una trayectoria curva de convexidad dirigida hacia abajo, llega al ojo del observador, que ve en el suelo (espejismo inferior) una imagen poco neta del objeto. Ahora bien, como otros rayos de procedencia real llegan también directamente al ojo del observador, éste tiene la impresión de ver a la vez el objeto (por ejemplo, una palmera en un desierto) y, al pie del mismo, una segunda imagen invertida, como si esta palmera se reflejara en una superficie líquida inexistente. Por tanto, en las horas más calurosas del verano, la imagen del cielo parece venir del asfalto de la carretera caliente, a la vez que ésta parece mojada o encharcada para el observador.
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