miércoles, 16 de octubre de 2013

Atar los perros con longaniza


Se suele usar con cierta ironía y en sentido negativo para dar a entender que no hay que hacerse escesivas ilusiones con algo o alguien:
"A ver si te piensas que allí atan los perros con longaniza"

Este dicho nos remonta a los principios del siglo XIX, más precisamente al pueblo salmantino de Candelario, cercano a la ciudad de Béjar, famoso por la calidad de sus embutidos, en el que vivía un afamado elaborador de chorizos llamado Constantino Rico, alias el choricero, conocido también como "El tío Rico", cuya figura sería inmortalizada por el artista Ramón Bayeu en un famoso tapiz que hoy se exhibe en el Palacio El Pardo.

 
Este buen hombre tenía instalada la factoría, en la que trabajaban varias obreras, en los bajos de su propia casa. Y, en una oportunidad, una de éstas, apremiada por las circunstancias, tuvo la peregrina idea de atar a un perrito faldero a la pata de un banco usando, a manera de soga, una ristra de longanizas. 
Por casualidad entró un muchacho -hijo de otra operaria- a dar un recado a su madre y presenció con estupor la escena, inmediatamente, el chico, se encargó de divulgar la sorprendente noticia: 
"En casa del tío Rico se atan los perros con longanizas". 

La expresión, no hace falta decirlo, tuvo inmediata aceptación en el pueblo y, desde entonces, se hizo sinónimo de exageración en la demostración de la opulencia y el derroche:  

"Fíjense si son ricos, que atan a los perros con longaniza".

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