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El eje de rotación de la Tierra, conocido también como eje de la Tierra, eje polar, o línea de los polos, es una línea imaginaria alrededor de la cual nuestro planeta efectúa su movimiento de rotación. El Polo Norte Geográfico, uno de los dos extremos de esa línea imaginaria, está situado a unos 700 km de distancia del “otro” Polo Norte, el Polo Norte Magnético, que es el extremo del eje del campo magnético terrestre que atrae las agujas de las brújulas; campo que es generado por el movimiento del núcleo del planeta, situado a más de tres mil kilómetros de profundidad y compuesto enteramente de metal de hierro y níquel en estado líquido que giran sin cesar.
El Polo Norte Magnético se desplaza continuamente, en la actualidad lo hace en dirección a Siberia (Rusia) a una velocidad media de 55 kilómetros al año.
Aunque el campo magnético terrestre, o magnetosfera, no pueda verse, es de vital importancia para la vida. La prueba más evidente de su existencia son las auroras de las regiones polares. Estas se producen cuando partículas procedentes del sol, llamadas viento solar, impactan en dicha magnetosfera, que actúa a modo de escudo magnético que partiendo del centro de la Tierra rodea a nuestro planeta hasta una altura de casi cien mil kilómetros.
Durante millones de años, sedimentos metálicos de origen volcánico se han ido estratificando en el fondo de los océanos, estos, atraídos por el eje magnético de la Tierra, se han ido depositando orientados siempre en dirección al polo norte magnético. Analizando la orientación magnética de estos antiguos depósitos, de muchos de los fondos marinos del planeta, se ha comprobado que el Polo Norte Magnético se ha desplazado continuamente, e incluso se ha invertido en infinidad de ocasiones.
Ahora sabemos que el polo magnético se desplaza de norte a sur y viceversa cada doscientos cincuenta mil años aproximadamente, y se ha contrastado, mediante los citados análisis de sedimentos, que la última inversión sucedió hace setecientos cincuenta mil años, por tanto, es evidente que hace mucho tiempo que el polo magnético debía haberse invertido.
Algunos científicos aseguran que el campo magnético de la Tierra es cada vez más débil y se desplaza a mayor velocidad, y en muchos lugares del planeta ya se ha debilitado notablemente. Estas son pruebas inequívocas de que no falta mucho para que se produzca la inevitable inversión geomagnética. Cuando esta tenga lugar, la intensidad del campo magnético será extremadamente débil y se mantendrá así durante miles de años. En consecuencia, la magnetosfera de la Tierra se extinguirá casi por completo y muchos de los rayos cósmicos y gran parte del viento solar alcanzarán de lleno nuestra atmósfera.
Es previsible que, a partir de ese momento, ocurra un caos tecnológico que afectará a las redes de satélites artificiales, al tráfico aéreo, a todos los sistemas informáticos globales y a la mayoría de las centrales energéticas.
El número de cánceres humanos aumentará también de modo exponencial, y la población decrecerá inexorablemente; muchas aves y animales marinos, y algunos mamíferos, perecerán, enfermos y agotados, extraviados en regiones remotas a las que se desplazarán confundidos por la imposibilidad de poder orientarse.
La vida en la Tierra atravesará un periodo complicado en el que la supervivencia será difícil, y se mantendrá así hasta que el campo magnético, que paulatinamente volverá a aumentar, logre recrearse completamente y se reconstruya de nuevo la atmósfera terrestre.
Pero tranquilos, la inversión geomagnética no sucederá inmediatamente, es probable incluso que la vida en el planeta se vea inmersa en otra glaciación antes de que ello suceda. Y, cuando al fin tenga que suceder, tampoco será el fin del mundo, pues nunca que se ha producido una reversión geomagnética se ha extinguido la vida masivamente. Incluso nuestro antepasado, el Homo Erectus, sobrevivió a la última que se produjo.
Lo que sí cambiará, sin duda, es el funcionamiento de nuestro mundo tal y como ahora lo conocemos.